*𝑷𝒐𝒓: Nelson Rivas Ocejo, Antropólogo Social.
El mundo está en llamas, pero no por bombas ni ejércitos invasores. El enemigo es una idea, una doctrina que carcome desde dentro los cimientos de la civilización occidental. Su nombre es wokismo, y su esencia es la fragmentación social hasta la total aniquilación del Estado-nación.
La Estructura del Wokismo: La dialéctica del Opresor y el Oprimido
El wokismo no es más que la expansión sin control de la dialéctica marxista del opresor y el oprimido. Antaño, esta doctrina se limitaba a la lucha de clases: burgueses contra proletarios. Hoy, el wokismo ha elevado esa categoría a todas las dimensiones de la existencia humana. Todo es una lucha, cada interacción es un conflicto, y cada individuo pertenece a una jerarquía de victimismo interseccional.
La mujer es oprimida, el hombre es opresor; el homosexual es víctima, el heterosexual, su verdugo; el negro es el marginado, el blanco, el ejecutor; el transgénero es el explotado, el cisgénero, el explotador. Aún más ridículo: el gordo es el oprimido, el delgado es el agresor, y la salud física se convierte en un sistema de opresión llamado “gordofobia”.
Incluso el estatus migratorio y la salud mental entran en esta ecuación absurda. El inmigrante ilegal es oprimido, el ciudadano legal es el opresor; el individuo con trastornos psiquiátricos es la víctima, aquel sin ellos es el privilegiado.
El wokismo ha institucionalizado la paranoia; ha convertido la sociedad en una guerra perpetua donde el conflicto es la norma y la identidad se define por el agravio.
𝐈𝐧𝐭𝐞𝐫𝐬𝐞𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝: 𝐄𝐥 𝐕𝐢𝐫𝐮𝐬 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐚𝐥 𝐝𝐞𝐥 𝐖𝐨𝐤𝐢𝐬𝐦𝐨
El wokismo no se limita a dividir a la sociedad en dos bandos irreconciliables. Va más allá. Introduce el concepto de interseccionalidad, donde todas las opresiones se solapan y multiplican exponencialmente. Un hombre negro gay no es solo una “víctima” por su color de piel, sino también por su orientación sexual. Una mujer trans inmigrante gorda es la epítome de la opresión. Y así, cuanto más “oprimido” seas, más poder adquieres en el juego de la política de identidades.
Este sistema fomenta la competencia por la victimización. Ya no importa el esfuerzo, la inteligencia o la capacidad. Lo que importa es cuánto sufrimiento puedas exhibir. La meritocracia es sustituida por la lotería del agravio.
El Objetivo Final: La Disolución del Estado Nación y la Agenda Globalista
El wokismo no es un movimiento espontáneo. Ha sido diseñado y financiado por las élites globalistas. Organizaciones como la Fundación Ford, la Open Society de George Soros y la Fundación Rockefeller han canalizado millones de dólares para promover agendas feministas radicales, movimientos queer y todas las formas posibles de fragmentación social.
El motivo es claro: el globalismo solo puede consolidarse cuando el Estado-nación es un cascarón vacío.
Dividir a la sociedad en grupos irreconciliables debilita la cohesión nacional. Si la nación está en guerra consigo misma, si el individuo es enemigo de su vecino, de su familia, de su historia, entonces el concepto de patria desaparece. Cuando no hay patria, no hay resistencia. Y sin resistencia, el globalismo impone su dominio sin encontrar obstáculos.
Wokismo y la Infiltración en la Cultura y la Religión
El wokismo ha permeado cada institución. Las universidades han sido sus laboratorios, donde generaciones enteras han sido adoctrinadas en teorías de género, racialismo y ecologismo radical. La prensa, financiada por los mismos mecenas globalistas, amplifica su discurso. La cultura pop se ha convertido en su vehículo, propagando el mensaje en cada película, serie y canción.
Pero el ataque más insidioso ha sido contra la religión. Desde dentro, el wokismo ha intentado transformar la fe en un brazo ideológico. En Amazon, ya se venden biblias “queer” y “feministas”. algunas Iglesias han adoptado liturgias inclusivas que reinterpretan la doctrina para alinearse con la agenda woke.
𝐂𝐨𝐧𝐜𝐥𝐮𝐬𝐢𝐨́𝐧: 𝐄𝐥 𝐀𝐧𝐭𝐢́𝐝𝐨𝐭𝐨 𝐂𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐞𝐥 𝐖𝐨𝐤𝐢𝐬𝐦𝐨
El wokismo es un arma diseñada para desmantelar la civilización occidental. Su meta no es la justicia ni la equidad, sino la destrucción de toda estructura que pueda desafiar al globalismo.
El antídoto es claro: resistencia cultural, reafirmación de la identidad nacional, defensa de la tradición y un rechazo frontal a la fragmentación social promovida por esta ideología. La batalla es cultural, política y espiritual. Y en esa batalla, la nación debe despertar antes de que el wokismo la devore por completo.